Woher kommst du?

-Woher kommst du? (¿de dónde eres)- me preguntan a menudo, cuando notan que no soy local.

-Aus Kolumbien- respondo, sin temblar, sin miedo, sin orgullo.

Vengo de Bogotá. Nací a unas cuadras de la carrera séptima y a otras de la calle 63. Hasta que fui adulto no supe que era el barrio gay de la ciudad. Ahora lo digo con orgullo. Nací, de cierta forma, para ser gay.

¿Y qué significa venir de Bogotá? Pues nada. No significa nada en sí mismo. Pero para cada individuo, puede significarlo todo. Palabras etéreas ¿cierto? Pues bien, me explico. Venir de Bogotá significa atravesar de la manó de la mamá las aceras de una ciudad gris, llena de habitantes de calle y con el cielo lleno de smog, mientras el mundo de los adultos se convulsiona. Mientras ella llora porque se quiere divorciar y algo no la deja.

Crecer en Bogotá, es ir a un jardín de niños que no saben que son privilegiados materialmente. Es aguantarse las rabietas de las profesoras. Es no poder responderle físicamente a los ataques de las compañeras porque «a una mujer no se la toca con el pétalo de una rosa», aunque la violencia sí sea un lujo noventero con el que ellas cuentan.

Crecer en Bogotá, es tener un papá machista, que llena sus vacíos de infancia con amantes. Que encuentra el amor en moteles, alumbrando su soledad con la penumbra del neón.

Crecer en Bogotá es tener dos hermanos castrados. Dos hermanos que acuden al insulto, a la violencia física. Chicos que no pueden llorar. Que les da pena bailar. Que no pueden expresar sus sentimientos o si no, son homosexuales.

Crecer en Bogotá es gustar de los hombres. Es ser un niño que ve pancartas de modelos flamantes y sentir que el flujo sanguíneo se acelera. Es ver otros niños y fantasear con ellos. Es ser homofóbico, para ocultar quién es uno. Es ser cruel, violento y burlón, para no dejar que el mundo le pase a uno por encima.

Madurar en Bogotá, es entrar en depresión, refugiarse en la soledad. Asumirse a uno mismo. Procurarse una mejor personalidad. Es cuestionarse, si uno quiere ser hombre (o incompleto). Es comenzar a seguir a Frida Kahlo. Es comenzar a hablar de jovencitos. Es estar feliz porque el papá superó la crisis económica. Es irse en un Nissan hasta el colegio, regalo de mi abuelito para el adolescente que fue mi papá.

Vivir en Bogotá, es meterse a chats gays para conocer otros jovencitos. Explorar, usar pseudónimos. Ser consciente que uno le gusta a unas personas y a otras no. Es tolerar la rudeza del mundo gay. Pero también es aceptar la dulzura de los espacios que crea, casi subterráneos en una ciudad que quería despertar.

Vivir en Bogotá es mirar las montañas, el verde esmeralda; el atardecer, los amanerceres intensos; es enamorarse platónicamente de gente que no sabe tu nombre. Es soñar que se puede salir de tanto desamor. Que es posible una vida con más ternura y aceptación.

Vivir en Bogotá es llegar a la universidad más cara del país. Llegar después de una adolescencia que parecía una bomba nuclear. Es llegar silencioso, estudioso, con miedos. Es aceptar la tontería de la clase alta. Su timidez parecida a la discriminación. Su inmadura concepción del inmenso mundo. Al final, su mediocridad.

Vivir en Bogotá es no encontrar empleo al graduarse. Buscar, enviar hojas de vida. Es sentir la humillación de haber sido uno de los mejores estudiantes y tener que arrodillársele a un mundo que te mira como cualquier cosa. Es llevar las marcas que deja una universidad excesivamente exigente y descubrir que los sacrificios de tiempo (y de ánimo) no sirvieron de mucho.

Vivir en Bogotá es durar horas en el transporte público. Asumir un trabajo excesivamente exigente, con una jefe mitómana y autoritaria. Es nadar en un entorno corporativo homofóbico. Es desarrollar un trastorno obsesivo compulsivo y ocultarlo para no tener problemas en el trabajo. Es tolerar los malos tratos de los jefes y los clientes. Es aburrirse de tanta mierda y un día renunciar.

Vivir en Bogotá, es encontrar un empleo en una entidad pública. Es luchar duro a pesar de lo gavilleros que pueden ser los contratistas egresados de la Universidad Nacional. Es ver la corrupción, en esos favores de corazón que hace la gente. Es notar la ignorancia y la mediocridad de personas que no hablan inglés y emiten conceptos sobre normas internacionales. Es luchar duro. Es creer en uno. Es hacer políticas de orden nacional. Es buscar el amor, con lo escaso que está en nuestros tiempos. Es embarrarla y a veces perder a algunos amores.

Vivir en Bogotá, es hacer una especialización mientras se trabaja. Es tener que hacerle el trabajo a los funcionarios públicos. Es salir con alguien. Es notar que es adorable. Es sentir que realmente te quiere. Es verle conductas de posible maltratador. Es huir de él. Abandonarlo.

Vivir en Bogotá es tener un jefe corrupto, una colega recomendada por la ultraderecha, es dejar de tener esperanzas en el sistema. Vivir en Bogotá, es descubrir que no hay ciencia, ni interés en tenerla.

Vivir en Bogotá es agotarse. Es cansarse. Cansarse de la relación tóxica de los papás, del vacío de los hombres (y de sus heridas que gritan), de los hermanos castrados, de los sueldos poco proporcionales, de la corrupción desaforada, de la falta de compromiso con la gente y de la pobreza elegida (a punta de malos votos).

Dejar a Bogotá es quitársela de encima y cargarse una nueva realidad. Quizás el racismo, quizás una pandemia.

Publicado por WalkingtoRest

Ich bin Iván

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar