No sé. Me siento triste. Amanezco pensando cosas feas, en el pasado, en el daño que he causado a otros, en el que me han causado a mí. Me juzgo con dureza, juzgo con dureza a otros. Me amargo.
Hoy medité de madrugada y sentía lo que siento cada mañana. Dolor de cabeza, una sensación parecida a la resaca. Y mientras meditaba, noté que había dolor en las zonas dónde se alojan el páncreas y el hígado. Considerando que hace dos años comenzaron salirme resultados del hígado alterados, ahora entiendo por qué.
Me siento mal casi todos los días y siento que recibo poco amor. A veces creo que quizás es porque doy poco amor. O a lo mejor, sencillamente me tocó una vida dura y necesito un terapeuta. Otra vez un terapeuta. O en mi caso una terapeuta. Otra vez.
Hay días que no paro de pensar en las formas de violencia que sufrí. En el maltrato físico de mi papá, de mis hermanos y de mi primo. En el abuso sexual del que fui víctima a los 3 años, por parte de una mujer.
Y siento ansiedad por mi trabajo, por tener que conducir, por la deuda de Colfuturo, por mi nivel de alemán. Me gustaría irme al futuro y preguntarle al Camilo de 35 años si la vida ha mejorado. Y mi mente persiste en hacerme daño, como si fuera un cuchillo que ha cobrado vida y me persigue por la cocina. Me hace preguntarme por qué estoy solo. Me hace culparme de eso. Me pregunta y me cuestiona sin calma. Piensa en las 30 mil formas en las que moriré. Piensa en cómo será mi vida sin mi mamá. Cómo seré de solitario. Y sí, así hasta que me deprimo. Hasta que digo: Quiero descansar, llévame muerte.